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Artículo publicado en la revista Cuerpo y Mente, cuerpomente.com

Salud y música

 

Des de un punto de vista holístico, la salud no es solo una cuestión física o biológica, sino también psicológica, social y espiritual. Podemos tener migraña, pero también podemos estar tristes, podemos tener dificultad y tensiones al tratar con una determinada persona, y podemos sentir que nuestra vida carece de sentido. Si entendemos el ser humano como un complejo entramado bio-psico-social, entonces necesariamente nuestra salud dependerá del cuidado de todas estas dimensiones. Es cuando estamos dispuestos a considerar ésta definición de la salud como algo integral que la idea de una “música que cura” empieza a tener sentido, pues la música tiene el poder de afectarnos a todos los niveles:

La música es sonido, o sea energía, y tiene por lo tanto un impacto directo en nuestro sistema biológico.

La música es, citando a Kant, “el lenguaje de las emociones”, esto es, tiene la capacidad de afectar directamente nuestro sistema límbico, la parte de nuestro cerebro donde se gestionan las emociones.

La música es un “lenguaje universal”, esto es, nos permite comunicarnos no verbalmente con el otro.

La música puede ser un vehículo para facilitar estados de contemplación.

Pero, obviamente, no basta con poner la radio mientras conducimos. Ciertamente, una canción que no esperábamos nos puede arrancar una sonrisa, pero esto no nos va a curar. Para extraer de la música todo su potencial terapéutico tenemos que pensar en ella como un cirujano piensa en su bisturí, o sea como una herramienta, como un medio para lograr un fin.

Musicoterapia

 

Como señala Anthony Storr en su recomendable libro La música y la mente, no es hasta la modernidad que la música se emancipa de su función y pasa a ser algo “puro”, algo de lo cual disfrutamos en sí mismo. Des de tiempos inmemoriales la música se ha utilizado como medio para innumerables fines: ya sea como hilo conductor de rituales religiosos, como seña de identidad de las tribus, como facilitadora de estados extáticos, o como medio para estimular el ejército antes de la batalla, la música tuvo, antes que nada, una función predominantemente práctica. La musicoterapia, una de las llamadas terapias “complementarias” que goza de más reconocimiento en la actualidad, no es sino una recuperación de esta concepción de la música como un medio, concretamente como un medio para curar, paliar o acompañar distintas enfermedades.

Técnicas y ámbitos de aplicación

 

La musicoterapia no es ponerle a alguien un CD para que se relaje. La musicoterapia hace uso de multitud de técnicas que están diseñadas para conseguir resultados específicos con personas que padecen enfermedades concretas. El paciente puede tocar un instrumento junto a un grupo como una manera alternativa de socializarse (educación especial); puede cantar su canción favorita simplemente para divertirse ( 3a edad); puede escribir letras de canciones para expresar, objetivar y así relativizar lo que siente (depresión); puede ayudarse del ritmo de un tambor y sincronizar su paso con él para mantener o minimizar el declive de su capacidad de andar (Parkinson); puede recitar mantras para calmar su diálogo interno (crecimiento personal); puede emocionarse y volver en sí al escuchar una música que hacía 60 años que no había escuchado pero que recuerda perfectamente (Alzheimer); puede cantar notas largas (tonning) para recordar su capacidad de respirar abdominalmente y aprender de forma lúdica recursos para gestionar la ansiedad (trastorno de ansiedad generalizada); puede hacer determinados ejercicios de canto para recuperar el habla a través de la melodía (pacientes con afasia causada por un ictus), y un largo etcétera. Y es que, tal y como hemos dicho, la música afecta a todos los niveles de nuestro ser, y es por ello que la musicoterapia se puede aplicar a prácticamente todos los ámbitos de la salud (rehabilitación neurológica, salud mental, discapacidad, enfermedades neurodegenerativas, crecimiento personal...)

Terapia del sonido

 

Aunque se puede entender como una rama de la musicoterapia, la terapia del sonido o sonoterapia suele considerarse como una terapia en sí misma. La razón de ello es que así como la musicoterapia utiliza la música desde todos sus ángulos , la sonoterapia utiliza como agente terapéutico el aspecto más puramente físico de la música, esto es, el sonido. Aunque se utilizan varias técnicas, lo más habitual es que el paciente se siente o se tumbe y reciba un baño de frecuencias sonoras emitidas por instrumentos como los cuencos tibetanos, cuencos de cuarzo, gongs, didgeridoo, monocordio, etc...

La idea fundamental sobre la que descansa la sonoterapia es que nuestro organismo, como toda materia, emite un conjunto de vibraciones que, juntas, forman la frecuencia fundamental del cuerpo. Un cuerpo sano emite una frecuencia armónica, cual un instrumento bien afinado. Pero puede “desafinarse” por diversas razones (stress, trauma, accidente...). La terapia de sonido, pues, entiende la enfermedad como una pérdida de la armonía del cuerpo, y el sonido como aquél agente que puede ayudar a restaurar el equilibrio, mediante frecuencias puras o sonidos ricos en armónicos.

De entrada puede parecer que nos están tomando el pelo.Y de hecho, ésta es una de las terapias donde más intrusismo hay, pues cualquiera se puede comprar unos cuencos tibetanos y colgarse el título de terapeuta del sonido. Pero no por ello debemos desdeñar el potencial terapéutico del sonido. No olvidemos que el sonido es energía. Esto es, no solo lo oímos porque nuestro cerebro decodifica la presión que recibe en los tímpanos, sino que también lo sentimos físicamente, con todo nuestro cuerpo. Diversos músicos y médicos han demostrado que en efecto, el sonido puede afectarnos de manera increïble:

Fabien Maman mostró hace más de 30 años fotografías de células cancerosas que explotaban al ser expuestas a determinadas frecuencias. Mitchell L. Gaynor, antiguo director de medicina oncológica en el Weill Cornell Medical Center for Complementary and Integrative Medicine de NuevaYork. hacía uso de la sonidoterapia como terapia complementaria para el tratamiento de pacientes con cáncer (oncología integrativa) . Y, hace solamente tres años, un equipo liderado por Anthony Holland filmó en directo por primera vez células cancerosas explotando al ser sometidas a frecuencias (esto sí, modeladas a través de un plasma).

Música comunitaria

 

Aunque dentro del ámbito musicoterapéutico se habla de la musicoterapia social como aquella rama de la musicoterapia que utiliza la música como un medio de integración social, el auge de las artes comunitarias (community arts) es tal que el concepto de música comunitaria merece una mención especial. Actualmente hay en el mundo entero una increíble proliferación de proyectos que utilizan la música (y el arte en general) como una herramienta para trabajar con aquellos colectivos que están en riesgo de exclusión social. En Venezuela nos encontramos con el gigantesco y pionero Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela (Fundación Musical Simón Bolívar), un programa que ve en las orquestas un instrumento de organización social e implementación de valores. En Colombia tenemos la Fundación Familia Ayara, una organización que realiza actividades artísticas y pedagógicas basadas en la cultura Hip-Hop con el fin de mejorar las oportunidades de vida los jóvenes. En el reino unido tenemos Streetwise Opera, quienes dan la oportunidad de subirse al escenario a gente que ha vivido en la calle. Y finalmente, en Barcelona tenemos el proyecto Basket Beat, una metodología nacida en el barrio del Raval para enseñar música y valores a través de la pelota de basket, y que actualmente cuenta con una orquesta profesional integrada por músicos, educadores sociales y jóvenes , la Big Band Basket Beat Barcelona.

 

La “ nueva música sacra”

Probablemente, con la perspectiva de los años nos daremos cuenta de que actualmente estamos experimentando un resurgimiento de la espiritualidad. Ya no lo veremos como una moda pasajera, sinó como un auténtico fenómeno sociológico. La gente tiene sed de trascendencia, pero, en gran medida, ya no la busca en la religión porque ésta no ha saciado su sed. La espiritualidad se está secularizando. El interés por el yoga, la meditación, las ceremonias con plantas sagradas, etc...., que explotó en los 60, ha vuelto, y ha vuelto para quedarse. Éste fenómeno o movimiento tiene una banda sonora que hemos dado en llamar la nueva música sacra, y que engloba aquellos artistas que entienden la música como un medio para facilitar en el oiente un estado concreto, ya sea contemplativo o extático. Se reconoce esta “sed de trascendencia” y se ofrece la música como un vehículo para acercarse a ella, para “sanar”. A nivel internacional tenemos figuras como Krishna Das, Deva Premal o Snatam Kaur, que han recogido el Kirtan, la música devocional de la Índia, y la han pasado por el tamiz occidental para acercarla a las orejas contemporaneas. En sus multitudinarios conciertos el oiente es invitado a cantar mantras (sílabas o palabras sagradas que se repiten una y otra vez), a menudo en un formato de pregunta-respuesta, generándose así entre el público un sentimiento de comunión y unidad mucho más cercano a lo religioso que a lo meramente cultural.

Pero sin ir más lejos, en nuestro país, y concretamente en Barcelona, está habiendo un movimiento muy importante de artistas que si bien son estilísticamente distintos, entienden la música de la misma manera. A menudo tocan en iglesias, y reúnen en sus conciertos a centenares de personas. Tenemos a Ravi Ramoneda como uno de los máximos exponentes del Kirtan. Tenemos a Mark Pulido y sus Bilas, las “campanas planas de alta frecuencia vibratoria”, un instrumento con una potencia inusual. Y tenemos a MuOM, el coro de cámara de canto armónico de Barcelona, una de las pocas formaciones del mundo que utiliza técnicas de canto difónico (un solo cantante emite dos sonidos a la vez) en grupo.

Esperamos haber puesto en evidencia, pues, que la música no es solo un divertimento, es mucho más: es un bálsamo para el espíritu, una caricia para el cuerpo y una bisagra para nuestras relaciones.

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